lunes, 20 de febrero de 2012

Laos, donde el tiempo se tomó un respiro (II)



Tragarse más de 10 horas de autobús nocturno, desde luego no es nada agradable. Pero si encima pasamos este tiempo en la carretera que va desde Vientiane, la capital de Laos, hacia el norte, el sufrimiento se triplica. Ya teníamos experiencia con la mala calidad de las carreteras en este país, con tramos sin asfaltar y miles de socavones, pero en esta parte del trayecto había que sumarle la gran cantidad de curvas y rampas que atravesamos. Por supuesto, no pudimos pegar ojo en toda la noche, pero al llegar a nuestro destino, todo el malestar se desvaneció en pocos minutos. Habíamos llegado a Luang Prabang, considerada una de las ciudades más bellas y fascinantes de todo el Sudeste asiático, patrimonio de la Humanidad, el merecido premio después de tanta paliza en forma de bache y nubes de polvo.




Uno de los muchos puestos de zumos, a los que me enganché



Los tesoros con que la antigua capital del reino de Laos agasaja al viajero son muy variados. Por un lado, hay bastantes atractivos culturales, como el museo del palacio real y algunos monasterios interesantes desperdigados a lo largo y ancho de la ciudad, como Wat Xieng Thong y Wat Wisunalat, el más antiguo. De construcción más reciente son los templos de Phu Si, en la colina del mismo nombre, desde cuya cima se puede presenciar una maravillosa puesta de sol (con permiso de las nubes). Para complementar la oferta cultural, Luang Prabang acoge numerosos bares y restaurantes para todos los gustos, aunque nuestro lugar favorito era el puesto de comidas del mercado nocturno, donde por 10.000 kips (un euro) puedes comer todo lo que te quepa en un plato. En cuanto a baretos, os recomiendo unas copichuelas en el bar Utopia, imprescindible.




Vista desde la colina de Phu Si




Bufé laosiano

Una de las mejores cosas que tiene Luang Prabang es que desde aquí se pueden programar interesantes excursiones por sus alrededores. Nosotros nos decantamos por visitar las cataratas de Tad Sae, a las que se llega después de un corto pero bonito recorrido en barca por el río. La excursión también incluía, por cierto, un paseo en elefante. Era la primera vez que me subía a uno de estos animales y la experiencia a punto estuvo de resultar nefasta por la culpa de un perrillo que apareció en mitad del sendero, y que asustó al pobre paquidermo, que empezó a correr. De no haber sido por la maña del mahout (el conductor del elefante), nos hubiéramos pegado un buen piñazo. Recorridos programados aparte, también es posible realizar senderismo por cuenta propia por la zona de Chomphet, en la otra orilla del Mekong.




Uno de los senderos cerca de las cataratas



Bajando de nuevo hacia Vientiane, hicimos un alto en otro de los lugares de paso obligado que todo mochilero debería hacer en su viaje por Laos. Me refiero a Vang Vieng, un pueblecito a las orillas del rio Nam Song, plagado de bares en los que solo emiten “Friends” o “Padre de familia” para los ojos absortos y resacosos del visitante de turno, en su mayoría procedente de Australia y Estados Unidos, y cuyo perfil típico es el del universitario que ha acabado las clases y está deseoso de ponerse hasta el culo de todo. Y es que el principal foco de atracción de este sitio es la farra. Por la mañana y mediodía, apenas se oye un alma, pero al caer la noche todo es juerga y despendole en los chiringuitos que hay en una de las islas del río. Es como si de repente te plantaras en Ibiza, así por las buenas, con personajes de todo tipo, la mayoría puestos hasta las cejas, con los que compartimos la noche más salvaje de todo el viaje con diferencia. Para los más tranquilotes, también es posible darse una caminata por los campos de arroz de los alrededores y visitar algunas cuevas.




Los alrededores me recordaron mucho a los que vi en Guanxi, al sur de China



Pero si por algo es famoso Vang Vieng en el mundo entero es por el “tubing”. ¿En qué consiste esto? Pues simplemente se trata de tirarse río abajo subido a un flotador, haciendo de vez en cuando un alto en cualquiera de los baretos dispersos por el camino, lo que hace la actividad aún más entretenida si cabe (de hecho, si no es por esto, a las dos horas ya nos hubiésemos hartado). Para incrementar el nivel de diversión, algunos bares disponen de tirolinas y toboganes para que la gente haga un poco más el gamba si cabe. No quisimos jugárnosla con las cámaras (las bolsas impermeables que se pueden comprar en cualquier tienda no me inspiraban suficiente confianza), así que no dispongo de ningún material audiovisual propio para mostraros. Aquí os dejo uno de los muchos videos que rulan por el Youtube, para que os hagáis una idea de lo que experimentamos aquel día. Y es que no solo de templos, aldeitas rurales y riachuelos vive el mochilero.



Tras regresar a Vientiane, cogimos otro autobús que en hora y media nos dejó en el paso fronterizo de Nong Khai, donde tomamos el tren nocturno hacia Bangkok, el punto final de nuestro viaje. Estos últimos días en Laos habían servido para ir tomando carrerilla y pillar con ganas la capital tailandesa, donde volvimos a pasarlo en grande. Más detalles en la próxima entrada.



“Escucha con una oreja; sospecha con la otra.”

Proverbio laosiano

No hay comentarios:

Publicar un comentario